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Fragmento
Por eso Platón, con una bellísima comparación, explica por qué los sabios se mantienen alejados de los negocios públicos. Cuando ven a la multitud que se esparce por las calles bajo un chaparrón y no consiguen persuadirla de que se ponga bajo techo, percatándose de lo inútil que es salir y mojarse como los demás, se quedan en casa, contentos de hallarse a cubierto, ya que no pueden curar a los demás de su estupidez. No menos cierto me parece, amigo Moro, --para no ocultarle mi punto de vista-- que donde exista la propiedad privada, donde todos se midan por el dinero en todas las cosas, apenas se podrá lograr nunca que el Estado se rija equitativa y prósperamente, a menos que consideremos que está regido con justicia un Estado en el cual lo mejor pertenece a los peores, o que está dichosamente gobernado un país en el cual unos pocos se reparten todos los bienes, gozando de todas las comodidades, al paso que los más yacen en la miseria.
Así juzgo razonabilísimas y perfectamente legítimas las instituciones de los utópicos a quienes unas pocas leyes bastan para asegurar un excelente gobierno, donde el mérito es recompensado, donde la distribución igualitaria posibilita que todos disfruten la abundancia general. Al comparar esas costumbres con las de nuestros países, donde siempre se están promulgando leyes para la buena administración, pese a lo cual nunca se alcanza ésta suficientemente, donde cada uno llama `suyo' a lo que posee y todas las leyes susodichas no bastan para adquirir ni para asegurar los bienes, ni para deslindarlos de los otros, quienes también aducen sus derechos de propiedad privada --prueba de lo cual es el sinfín de pleitos que incesantemente surgen y que no acabarán nunca; cuando considero todo eso, digo, le doy la razón a Platón, no extrañándome de que rehusara hacer leyes para quienes no aceptaran la división equitativa de los bienes entre todos. Aquel hombre lleno de prudencia preveía con claridad que no hay más medio de salvar a un pueblo que la igualdad de bienes, cosa que no veo cómo pueda lograrse mientras exista la propiedad privada.
Así juzgo razonabilísimas y perfectamente legítimas las instituciones de los utópicos a quienes unas pocas leyes bastan para asegurar un excelente gobierno, donde el mérito es recompensado, donde la distribución igualitaria posibilita que todos disfruten la abundancia general. Al comparar esas costumbres con las de nuestros países, donde siempre se están promulgando leyes para la buena administración, pese a lo cual nunca se alcanza ésta suficientemente, donde cada uno llama `suyo' a lo que posee y todas las leyes susodichas no bastan para adquirir ni para asegurar los bienes, ni para deslindarlos de los otros, quienes también aducen sus derechos de propiedad privada --prueba de lo cual es el sinfín de pleitos que incesantemente surgen y que no acabarán nunca; cuando considero todo eso, digo, le doy la razón a Platón, no extrañándome de que rehusara hacer leyes para quienes no aceptaran la división equitativa de los bienes entre todos. Aquel hombre lleno de prudencia preveía con claridad que no hay más medio de salvar a un pueblo que la igualdad de bienes, cosa que no veo cómo pueda lograrse mientras exista la propiedad privada.