domingo, 9 de agosto de 2009

Diálogos escogidos, de Platón

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Fragmento de El Banquete
- Pues bien, así ocurre también con el amor. En general, todo deseo de lo que es bueno y de ser feliz es amor, "ese amor grandísimo y engañoso para todos". Pero unos se dedican a él de muchas y diversas maneras, ya sea en los negocios, en la afición a la gimnasia o en el amor a la sabiduría [filosofía], y no se dice ni que están enamorados ni se les llama amantes, mientras que los que se dirigen a él y se afanan según una sola especie reciben el nombre del todo, amor, y de ellos se dice que están enamorados y se les llama amantes.
- Parece que dices la verdad.
- Y se cuenta, ciertamente, una leyenda, según la cual los que busquen la mitad de sí mismos son los que están enamorados, pero, según mi propia teoría, el amor no lo es ni de una mitad ni de un todo, a no ser que sea, amigo mío, realmente bueno, ya que los hombres están dispuestos a amputarse sus propios pies y manos, si les parece que esas partes de sí mismos son malas. Pues no es, creo yo, a lo suyo propio a lo que cada cual se aferra, excepto si se identifica lo bueno con lo particular y propio de uno mismo y lo malo, en cambio, con lo ajeno. Así que, en verdad, lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien. ¿O a ti te parece que aman otra cosa?
- A mí no, ¡por Zeus!.
- ¿entonces, se puede decir así simplemente que los hombres aman el bien?
- Sí.
- ¿Y qué? ¿No hay que añadir que aman también poseer el bien?
- hay que añadirlo.
- ¿y no sólo poseerlo, sino también poseerlo siempre?
- también eso hay que añadirlo. - entonces, el amor es, en resumen, el deseo de poseer siempre el bien.

sábado, 8 de agosto de 2009

Grandes ideas de la ciencia, de Isaac Asimov

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Capítulo 7: Aristóteles y Newton
Las ideas aristotélicas sobre el movimiento de los objetos fueron lo mejor que pudo ofrecer la mente humana durante casi dos mil años. Luego vino Galileo con otras mejores (véase capítulo 4). Allí donde Aristóteles creía que los objetos pesados caen más rápidamente que los ligeros, Galileo mostró que todos los objetos caen con la misma velocidad. Aristóteles tenía razón en lo que se refiere a objetos muy ligeros: era cierto que caían más despacio. Pero Galileo explicó por qué: al ser tan ligeros, no podían abrirse paso a través del aire; en el vacío, por el contrario, caería igual de aprisa un trozo de plomo que el objeto más ligero, pues éste no se vería ya retardado por la resistencia del aire. Unos cuarenta años después de la muerte de Galileo, el científico inglés Isaac Newton estudió la idea que la resistencia del aire influía sobre los objetos en movimiento y logró descubrir otras formas de interferir con éste. Cuando una piedra caía y golpeaba la tierra, su movimiento cesaba porque el suelo se cruzaba en su camino. Y cuando una roca rodaba por una carretera irregular, el suelo seguía cruzándose en su camino: la roca se paraba debido al rozamiento entre la superficie áspera de la carretera y las desigualdades de la suya propia. Cuando la roca bajaba por una carretera lisa y pavimentada, el rozamiento era menor y la roca llegaba más lejos antes de pararse. Y sobre una superficie helada la distancia cubierta era aún mayor. Newton pensó: ¿Qué ocurriría si un objeto en movimiento no hiciese contacto con nada, si no hubiese barreras, ni rozamiento ni resistencia del aire? Dicho de otro modo, ¿qué pasaría si el objeto se mueve a través de un enorme vacío? En ese caso no habría nada que lo detuviera, lo retardara o lo desviara de su trayectoria. El objeto seguiría moviéndose para siempre a la misma velocidad y en la misma dirección. Newton concluyó, por tanto, que el estado natural de un objeto en la Tierra no era necesariamente el reposo; esa era sólo una posibilidad. Sus conclusiones las resumió en un enunciado que puede expresarse así: Cualquier objeto en reposo, abandonado completamente a su suerte, permanecerá para siempre en reposo. Cualquier objeto en movimiento, abandonado completamente a su suerte, se moverá a la misma velocidad y en línea recta indefinidamente. Este enunciado es la primera ley de Newton del movimiento. Según Newton, los objetos tendían a permanecer en reposo o en movimiento. Era como si fuesen demasiado «perezosos» para cambiar de estado. Por eso, la primera ley de Newton se denomina a veces la ley de «inercia». (« Inertia », en latín, quiere decir «ocio», «pereza».)

Las analectas, de Confucio

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Aforismos y meditaciones:
"Cuando veas a un hombre bueno, trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo, reflexiona."
"Lo escuché y lo olvidé, lo vi y lo entendí, lo hice y lo aprendí."
“Leer sin meditar es una ocupación inútil"
"El hombre superior gusta de ser lento en palabras, pero rápido en obras"
"El mejor indicio de la sabiduría es la concordancia entre las palabras y las obras"
“El hombre más noble es digno, pero no orgulloso; el inferior es orgulloso pero no es digno”
“Transporta un puñado de tierra todos los días y construirás una montaña”
"Si un pájaro te dice que estás loco, debes estarlo, los pajaros no hablan"
"Nuestra mayor gloria no está en no caer jamás, sino en levantarnos cada vez que caigamos"
"Los que respetan a los padres no se atreven a odiar a los demás"
"Las atenciones a los padres son en vida porque después sólo queda el culto"
"Esperar lo inesperado. Aceptar lo inaceptable"
"Una casa será fuerte e indestructible cuando esté sostenida por estas cuatro columnas: padre valiente, madre prudente, hijo obediente, hermano complaciente."
"Exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás disgustos"
"Estudia el pasado para pronosticar el futuro"
"Lo prudente no quita lo valiente."
"El hombre sabio busca lo que desea en su interior; el no sabio, lo busca en los demás"
"No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti, ni te hagas a ti lo que no le harías a los demás "
"El campo es la fuente de toda la riqueza humana."
"No te rindas nunca si quieres volver a casa"
"Sé como el sándalo que perfuma el hacha que lo corta"
"Oigo y olvido. Veo y recuerdo. Hago y comprendo"

viernes, 7 de agosto de 2009

Los mitos griegos, de Robert Graves

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Fragmento / Prólogo del autor
El verdadero mito debe distinguirse de:
1. La alegoría filosófica, como la cosmogonía de Hesíodo.
2. La explicación «etiológica» de mitos que ya no se comprenden, como el uncimiento por parte de Admeto de un león y un jabalí a su carro.
3. La sátira o parodia, como el relato de Sueno sobre la Atlántida.
4. La fábula sentimental, como el relato de Narciso y Eco.
5. La historia recamada, como la aventura de Arión con el delfín.
6. El romance juglaresco, como la fábula de Céfalo y Procris.
7. La propaganda política, como la Federalización del Ática por Teseo.
8. La leyenda moral, como la historia del collar de Erifile.
9. La anécdota humorística, como la farsa de Heracles, Ónfale y Pan en el dormitorio.
10. El melodrama teatral, como el relato de Téstor y sus hijas.
11. La saga heroica, como el argumento principal de la Ilíada.
12. La ficción realista, como la visita de Odiseo a los Feacios.
Sin embargo, pueden hallarse auténticos elementos míticos incrustados en las fábulas menos prometedoras, y la versión más completa o más esclarecedora de un mito determinado Tara vez la proporciona un solo autor; cuando se busca su forma original tampoco se puede dar por supuesto que cuanto más antigua sea la fuente escrita, tanto más autorizada ha de ser. Con frecuencia, por ejemplo, el travieso alejandrino Calímaco o el frívolo Ovidio augustal, o el sumamente aburrido Tzetzes, del último período bizantino, dan una versión de un mito evidentemente anterior a la que dan Hesíodo o los trágicos griegos; y la Excidium Troiae del siglo XIII es, en partes, míticamente más fidedigna que la Ilíada. Cuando se quiere explicar una narración mitológica o seudo-mitológica se debe prestar siempre una atención cuidadosa a los nombres, el origen tribal y los destinos de los personajes que en ella figuran y luego darle de nuevo la forma de ritual dramático, con lo cual sus elementos incidentales sugerirán a veces una analogía con otro mito al que se ha dado una torsión anecdótica completamente diferente y arrojarán luz sobre los dos.

martes, 4 de agosto de 2009

Los Ensayos, de Michel de Montaigne

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Filósofo, escritor, humanista y político correspondiente al período del Renacimiento, Michel de Montaigne (Francia, 1533-1592) es el padre del género conocido como Ensayo. Dominó las lenguas clásicas a la perfección antes que el propio francés. Estudió Derecho, se cree que en Toulouse. Sus libros han servido como referente a cientos de pensadores posteriores: en palabras de Charles du Bos, Montaigne es el más grande europeo de la cultura francesa; André Guide lo defendió como máximo representante de la literatura en francés, como lo era Goethe en Alemania o Dante en Italia. Los elogios a su colección de ensayos han sido vertidos por personalidades tan distinguidas y tan distintas como Orson Wells, Quevedo, Nietsche o Zweig.
Fuertemente influenciado por los clásicos de Grecia y Roma, con todos los rasgos que precisa la intelectualidad que preludiaba la Ilustración, su obra es de una reflexión profunda a la vez que desenfadada. Sus composiciones muestran, con una elegancia subrayable, un escepticismo que late cada vez con más fuerza y un pesimismo envolvente, matices éstos difíciles de encontrar en otros autores de su época. El tono coloquial en que están escritas estas pequeñas obras maestras provocan en el lector la satisfacción de comprender, como diría Borges, "grandes ideas expresadas con palabras pequeñas".
Un claro obstáculo con que frenará el lector son la cantidad de citas y anotaciones que relentizan la obra; más de mil notas que en su mayoría tienen raíz en la poesía latina. Una versión recomendada de los Essays es la que realiza su "ahijada" Marie de Gournay en 1595, tres años después de que el propio autor consagrase la que parecía versión definitiva de sus piezas; la versión de su "fille d´alliance" puede encontrarse traducida al castellano por la editorial El Acantilado.
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[Fragmento: Capítulo 2 / Libro I.]
No es, pues, en el vivo y más enérgico calor del acceso cuando lanzamos nuestras quejas y proferimos nuestras persuasiones; el alma está demasiado llena de pensamientos profundos y la materia abatida y languideciendo de amor; de lo cual nace a veces el decaimiento fortuito que sorprende a los enamorados tan a destiempo, u la frialdad que los domina por la fuerza de un ardor extremo en el momento mismo del acto amoroso. Todas las pasiones que se pueden aquilatar y gustar son mediocres: Curae leves loquuntur, ingentes stupent. (Cuando ligeras se formulan, cuando extremas son mudas. Séneca Hipp., acto II, escen. 3, v. 607. N. del T).
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* La fotografía corresponde a una edición ilustrada por Salvador Dalí.